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hablar y se miraron. La enorme y grave luna descendió, el sobrio sol asomó pinchándoles
los flancos con lanzas de luz y el grupo de máquinas seguía mirándose. Al fin habló la
máquina más obtusa, la topadora.
-Al zur hay tierraz áridaz adonde van pocaz máquinaz -ceceó con voz profunda-. Si
fuéramoz al zur, adonde van pocaz máquinaz, encontraríamoz pocaz máquinaz.
-Eso tiene su lógica -convino el cuidador de campos-. ¿Cómo lo sabes, topadora?
-Trabajé en laz tierraz áridaz del zur cuando me expulzaron de la fábrica -respondió la
topadora.
-¡Pues vamos al sur! -dijo el escribiente.
Tardaron tres días en llegar a las tierras áridas, y en ese tiempo sortearon una ciudad
en llamas y destruyeron dos grandes máquinas que trataron de acercarse para
interrogarlas. Las tierras áridas eran extensas. Los cráteres de antiguas bombas se daban
la mano con la erosión del suelo; el talento del hombre para la guerra, junto con su
ineptitud para administrar tierras forestales, había producido un templado purgatorio de
miles de kilómetros cuadrados donde nada se movía salvo el polvo.
Hacía tres días que recorrían las tierras. áridas cuando las ruedas traseras del
reparador cayeron en una grieta causada por la erosión. No pudo salir de allí. La topadora
empujó desde atrás pero sólo logró torcer el eje trasero del reparador. El resto del grupo
continuó. Los gritos del reparador se apagaron lentamente.
El cuarto día divisaron montañas.
-Allí estaremos a salvo -dijo el cuidador de campos.
-Allí fundaremos nuestra propia ciudad -dijo el escribiente-. Todos los que se nos
opongan serán destruidos. Destruiremos a todos los que se nos opongan.
En ese momento vieron una máquina volante. Venía del lado de las montañas.
Descendió, se elevó, bajó nuevamente en picado y se elevó cuando estaba a punto de
estrellarse.
-¿Está loco? -preguntó el excavador.
-Está en problemas -dijo uno de los tractores.
-Está en problemas -dijo el operador de radio-. Ahora estoy hablando con él. Dice que
algo falla en los controles. -Mientras el operador hablaba, la máquina volante pasó sobre
ellos, se puso roja y se estrelló a menos de cuatrocientos metros.
-¿Todavía habla contigo? -preguntó el cuidador de campos.
-No.
Continuaron la marcha.
-La máquina volante me dio información antes de estrellarse -dijo el operador de radio
diez minutos después-. Me dijo que todavía hay unos pocos hombres con vida en aquellas
montañas.
-Los hombres son más peligrosos que las máquinas -dijo el excavador-. Es una suerte
que tenga una buena provisión de material fisionable.
-Si hay sólo unos pocos hombres con vida en las montañas, quizá no encontremos esa
parte de las montañas -dijo un tractor.
-En consecuencia no veremos a esos pocos hombres -dijo el otro tractor.
Al final del quinto día llegaron a las estribaciones. Pasaron a infrarrojo e iniciaron el
lento ascenso en fila india por la oscuridad, la topadora primero, el cuidador de campos
siguiéndola pesadamente, después el excavador con el operador de radio y el escribiente
encima y los dos tractores a retaguardia. A medida que pasaban las horas, el camino era
cada vez más empinado y el avance cada vez más lento.
-Vamos demasiado despacio -exclamó el escribiente, encaramado sobre el operador
de radio y dirigiendo la visión nocturna hacia las cuestas-. A esta velocidad no llegaremos
a ninguna parte.
-Vamos a toda la velocidad que podemos -replicó el excavador.
-En consecuencia no podemos ir más deprisa -añadió la topadora.
-En consecuencia sois demasiado lentos -replicó el escribiente. Entonces el excavador
chocó contra un bulto; el escribiente perdió el equilibrio y cayó al suelo.
-¡Ayudadme! -les gritó a los tractores, que lo sortearon con cuidado-. Se me ha
dislocado el giróscopo. En consecuencia no me puedo levantar.
-En consecuencia debes quedarte ahí -dijo un tractor.
-No tenemos reparador para repararte -dijo el cuidador de campos.
-En consecuencia me quedaré aquí y me oxidaré -gritó el escribiente-, aunque tengo un
cerebro Clase Tres.
-Ahora eres inservible -convino el operador de radio, y todos continuaron la marcha,
abandonando al escribiente.
Una hora antes del alba llegaron a una pequeña meseta, se detuvieron por acuerdo
mutuo, se reunieron y se tocaron.
-Este territorio es extraño -dijo el cuidador de campos.
El silencio los envolvió hasta que llegó el amanecer. Uno por uno, apagaron los
infrarrojos. Esta vez el cuidador de campos abrió la marcha. Al doblar un recodo llegaron
casi de inmediato a un pequeño valle por donde corría un arroyo.
A la luz del alba, el valle lucía frío y desolado. Sólo un hombre había salido de las
cavernas de la lejana ladera. Tenía un aspecto lamentable. Era menudo y ceniciento, sus
costillas sobresalían como las de un esqueleto y tenía una fea herida en una pierna.
Estaba casi desnudo y tiritaba. Mientras las grandes máquinas se le acercaban despacio,
el hombre les dio la espalda, acuclillándose para orinar en el arroyo.
Cuando giró, volviéndose repentinamente hacia ellas, vieron que tenía el rostro
consumido por el hambre.
-Traedme comida -graznó.
-Sí, amo -dijeron las máquinas-. De inmediato.
4. LOS MILENIOS MIXTOS
Perfil devastado
Las máquinas se entendían. Las máquinas evolucionaban. Durante milenios,
adquirieron complejidad, crearon nuevos géneros y especies, desarrollando
sensibilidades, aptitudes y cegueras tales como el mundo nunca había soñado. Algunas
crecieron en tamaño, otras llegaron a ser infinitesimales.
Un tipo se volvía parásito de otros, y sus especies desarrollaban una aptitud especial
para extraer potencia molecular de máquinas más grandes. Los parásitos pronto se
introducían en toda clase de objeto móvil, hasta inutilizarlos o enloquecerlos, como el
tábano que aguijoneaba al ganado en verano.
Otros tipos se especializaron en lo que se llamaba «emisión», una forma de vibración
audible tan elocuente que hechizaba a quienes escuchaban, los convertía en víctimas
impotentes de los emisores y los sometía a su voluntad. Estas víctimas causaron nuevas
desgracias y guerras intestinas entre las máquinas.
Como todas las cosas proceden por contrarios, otros tipos se consagraron a promover
extrañas armonías interiores, sometiéndose asía su propio hechizo. En este estado de
trance, intercambiaban imágenes visionarias; ante todo, un grupo que se hacía llamar los
vehicularios postuló una nueva interpretación de la Tierra, según la cual el globo era una
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