[ Pobierz całość w formacie PDF ]
¿Y qué hay de la señora Welt?
Esto era a lo que hacía alusión: la señora Brant, dirigiéndose una mañana a la tienda
de la señora Welt, había encontrado a esta pinchándose furiosamente con una aguja y
sollozando cada vez que lo hacía. Aquello no le pareció en absoluto normal a la señora
Brant, que la llevó a casa de Willers. Este le dio a la señora Welt un sedante, y una vez
más calmada ésta explicó que, al cambiar los pañales al bebé, lo hacía pinchando sin
querer con una aguja. Tras esto, afirmó, el bebé la había mirado fijamente con sus ojos
dorados, y la había obligado a infligirse el mismo tratamiento.
- Está usted bromeando - dijo Willers -. ¡Cíteme por favor un caso más típico de delirio
de culpabilidad, con cilicios y todo el tratamiento!
- ¿Y Harriman también? - insistió Janet.
En efecto, Harriman había hecho su aparición un día en casa de Willers en un estado
lastimoso: la nariz rota, unos dientes menos, los dos ojos hinchados... Dijo que habían
sido tres desconocidos quienes lo habían puesto en aquel estado, pero nadie vio nunca a
tales sujetos. Por el contrario, dos muchachos del pueblo pretendieron haber visto por la
ventana de Harriman a este aplicándose a sí mismo tamaño correctivo con sus propios
puños. Y, al día siguiente, alguien observó una equimosis en la mejilla del bebé Harriman.
El doctor Willers se encogió de hombros.
- Si Harriman se hubiera lamentado de haber sido atropellado por una manada de
elefantes rosas, no me hubiera sorprendido en lo más mínimo - dijo.
- Bien, si usted no piensa mencionarlo, escribiré yo otro informe adicional - dijo Janet.
Y lo hizo, concluyendo así:
«No se trata, a mi modo de ver, y al modo de ver de todo el mundo salvo el doctor
Willers, de una alucinación, sino de un simple hecho. La situación tendría que ser, a mi
modesto entender, reconocida como tal, y no ser apartada mediante explicaciones
insatisfactorias. Debe ser examinada y comprendida. Se manifiesta una tendencia entre
las personas de voluntad inferior a volverse supersticiosas al respecto, y a atribuir a los
bebés poderes mágicos. Este tipo de estupidez no causa ningún bien y favorece la
explotación de lo que Zellaby llama el substrato fetichista. Es necesaria una investigación
objetiva.»
Una investigación, aunque enfocada desde un punto de vista más general, era alentada
también por el doctor Willers en su tercer informe, que adoptó la forma de una protesta, y
que terminaba:
»En primer lugar, no veo la razón del interés que se toma el Servicio de Inteligencia del
Ejército. En segundo lugar, es inadmisible que este asunto le sea reservado. Es un grave
error. Alguien debería realizar un profundo estudio sobre estos niños. Yo tomo notas al
respecto, por supuesto, pero no se trata más que de las observaciones de un médico de
medicina general. Haría falta que un equipo de expertos se ocupara de ellos. Yo callé
antes de los nacimientos porque creía, y creo aún, que el interés general y el de las
madres lo exigía, pero en las circunstancias actuales creo que esto ha quedado
completamente superado.
»Uno está ya acostumbrado a la idea de las ingerencias completamente inútiles de los
militares en algunos campos de la ciencia. ¡Pero esto supera ya todos los límites! Que un
tal fenómeno continúe siendo mantenido así y no sea objeto de ninguna observación es,
para hablar claro, simplemente escandaloso.
»Incluso si no se tratara más que de una simple obstrucción, seguiría siendo un
escándalo. Debe ser posible hacer algo respetando las disposiciones de la Ley de
Secretos Oficiales, si eso se creyera necesario. Tenemos ante nosotros una magnífica
ocasión de estudio comparativo del desarrollo... y simplemente es ignorada.
»Piensen un poco en todo el trabajo que se toma para estudiar vulgares bichos y
animales, y consideren en comparación los magníficos sujetos de observación que
tenemos ahí. Sesenta y un individuo semejantes entre sí, tan semejantes que la mayor
parte de las presuntas madres no pueden distinguirlos (ellas lo negarán, pero el hecho es
este). Reflexionen en el trabajo que se podría emprender sobre los efectos comparativos
del ambiente, de la educación, de la asociación, de la alimentación y de todo lo demás.
»Está ocurriendo lo mismo que si se quemaran los libros antes incluso de haber sido
escritos. Hay que hacer algo antes de que se pierda esta ocasión única.
Todas estas advertencias trajeron como consecuencia una inmediata visita de Rernard,
y una tarde transcurrida en enérgicas discusiones. Discusiones que terminaron en una
relativa calma, cuando Bernard prometió actuar cerca del Ministerio de Sanidad Pública a
fin de que este tomara rápidamente medidas prácticas.
Una vez se hubieron ido todos, dijo:
- Ahora que el interés suscitado oficialmente por Midwich está destinado a ampliarse,
quizá fuera muy útil, es más, me atrevería a decir que evitaría más tarde muchas
complicaciones, solicitar la colaboración de Zellaby. ¿Crees poder concertar una
entrevista con él?
Telefoneé a Zellaby, que aceptó inmediatamente. Así pues, después de cenar conduje
a Bernard a Kyle Manor, donde lo dejé conversando con su anfitrión.
Regresó a nuestra casa unas horas más tarde, con aire preocupado.
- ¿Y bien? - preguntó Janet -. ¿Qué opina del sabio de Midwich?
Bernard agitó la cabeza y me miró.
- Me deja perplejo - dijo -. Casi todos tus informes son excelentes, Richard, pero me
pregunto si has comprendido bien a ese hombre. ¡Oh!, ya sé que su verborrea es a veces
excesiva, pero tú me has hablado mucho de la forma, sin haber hablado lo suficiente del
fondo.
- Lamento haberte inducido al error - concedí -. Desgraciadamente, los argumentos de
Zellaby son frecuentemente alusivos y a menudo evasivos. Lo que dice puede ser
considerado difícilmente como un hecho tiene una marcada inclinación a mencionar las
cosas de pasada, y cuando uno piensa de nuevo en ellas, nunca sabe si las ha
examinado a la luz de deducciones lógicas o se divertía formulando hipótesis, y por lo
tanto nunca puede estar seguro de hasta qué punto lo que ha oído era realmente lo que él
quería dar a entender. Esto hace las cosas difíciles.
Bernard asintió con la cabeza.
- Acabo precisamente de darme cuenta de ello. Hacia el final, ha empleado sus buenos
diez minutos para decirme que últimamente ha preguntado con alguna frecuencia si
realmente la civilización no estaría desde un punto de vista biológico, en decadencia. Ha
partido de esta idea para preguntarse si el abismo existente entre el Homo Sapiens y todo
lo demás no es demasiado ancho, y ha sugerido que quizá hubiera sido mejor para
nuestro desarrollo compartir nuestro habitat con otra especie sapiente o al menos
semisapiente. Estoy seguro de que no se trataba de ninguna impertinencia, pero que me
[ Pobierz całość w formacie PDF ]