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el segundo, encendiendo fuegos en varios lugares. Antes de volver al patio Ras miró por una ventana que
daba a la isla. Siluetas vestidas de blanco estaban saliendo apresuradamente del templo e iban hacia las
canoas y las embarcaciones hechas con bambú que había en la playa de la isla.
Mientras Eeva amontonaba unos cuantos colchones y esterillas junto a los lados de las jaulas, Ras
empezó a golpear los barrotes de la suya con un gran brasero de cobre que tenía tres patas. Los
barrotes de bambú no tardaron en ceder, y pronto hubo hecho unorificio que le permitía llegar a la gran
rueda de ejercicios.
¿Qué estás haciendo ahora? le preguntó Eeva. Su cabellera y su rostro estaban ennegrecidos por el
humo y sus ojos grises, desorbitados por la emoción y con el blanco enrojecido por la tensión y el humo,
se clavaron en su rostro. Al ver la salvaje expresión que había en su mirada, Eeva dio un paso hacia atrás
y dijo : ¡No importa! ¡Me rindo! ¡Estás loco!
Ras no le hizo caso y cruzó corriendo el umbral de su jaula, dejando atrás el chisporroteo de las llamas
para entrar en el anexo que contenía la rueda de ejercicios. La levantó de su soporte, aunque habían
hecho falta cuatro hombres para transportarla, la bajó, y logró meterla por la abertura que había creado
rompiendo los barrotes.
Para aquel entonces tres canoas y una embarcación de guerra, la del mismo Gilluk, estaban atracando
ya en la orilla, con más canoas viniendo detrás de ellas. La gigantesca silueta blanca del rey, con la
espada que reflejaba el sol levantada por encima de su cabeza, corría a lo largo de la lanzas reluciendo a
la luz. Hombres libres armados con lanzas seguían a los parientes del rey.
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Ras hizo girar la rueda una vez más y la llevó hasta una posición cercana a la esquina noreste del
edificio. Cuando el humo acabó envolviéndoles, él y Eeva se tendieron en el suelo y miraron hacia donde
terminaba la colina.
Me gustaría preguntarte qué piensas hacer dijo Eeva , pero no me atrevo.
He llevado la rueda hasta aquí para que no fuera hacia las casas dijo Ras . Ahora bajará
rodando en línea recta hasta el lago y nos dejará cerca de las canoas.
Las uñas de Eeva se hundieron en sus bíceps.
¿Quieres decir...? preguntó.
De esta forma conseguiremos una buena delantera sobre ellos le explicó Ras con una sonrisa .
Habrán subido casi toda la colina antes de que empecemos a rodar. Podremos cruzar el lago y meternos
por las colinas, y desde allí nos ser posible regresar al pantano. Podríamos coger un bote para ir hasta la
boca del río, pero a ellos les sería posible ir más deprisa por tierra y, si supieran que íbamos a seguir ese
camino, estarían en el río antes de que llegáramos allí. Pero en las colinas no conseguirán encontrarnos.
Me aseguraré de ello.
Eeva casi dejó escapar un gemido.
Pero podríamos habernos ido dando un rodeo por atrás, y entonces también llegaríamos a las colinas
llevándoles mucha ventaja.
No. De esa forma hay que cruzar casi seis kilómetros de llanura antes de que puedas llegar a las
colinas. Yo podría dejarles atrás, pero tú... Hizo una pausa y luego dijo : Además, quiero hacerlo de
esta forma.
De acuerdo.
Eeva apartó las uñas de su brazo y se rió.
¡Jumala! ¡Si mis colegas pudieran verme ahora! ¡Jamás lo creerían! ¡Nadie podría creerlo!
A través del humo, Ras vio cómo Gilluk subía por los peldaños, con su guardia y sus parientes
masculinos siguiendole a unos pocos pasos de distancia, mientras que los hombres libres se desplegaban
a los dos lados de la escalinata de piedra para formar dos líneas que atravesaban la pendiente de la
colina. Diez de ellos corrieron hacia un lado y siete hacia el otro, aparentemente para aparecer en partes
opuestas de la colina, y seguramente también para examinar el terreno y localizarle si es que Ras
pretendía escapar por allí. Al pie de la colina, saliendo de la ciudad para empezar la ascensión de los
peldaños, había una turba de esclavos y artesanos, algunos granjeros libres y las mujeres sharrikt. El
trono de la madre de Gilluk iba sostenido en ángulo sobre los hombros de los esclavos. Ella misma se
encargaba de sujetar su parasol mientras echaba la cabeza hacia atrás para mirar hacia arriba.
Por el amor de Dios, ¿cuánto tiempo tenemos que esperar? dijo Eeva.
Ras volvió a sonreír y se puso en pie.
Ahora.
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El humo era tan denso que en algunas ocasiones Eeva no podía verle aunque Ras se encontraba a
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